Tuesday, November 10, 2009

Cenicienta feminista

Había una vez un caballero rico que vivía en felicidad con su preciosa niña, Cenicienta. El bienestar de su hija era la principal preocupación del caballero. Cada día le contaba a Cenicienta que si ella se portaba bien como una señorita educada y noble, llevaría vestidos grandiosos, bailaría como una princesa en gran bailes con príncipes y realizaría todos sus deseos. La niña quería esto con todo su corazón, parcialmente para hacer sentir orgulloso su padre y por otra parte para sentirse como la mujer más hermosa de todo el mundo. ¡Qué rico el sueño de la pequeña Cenicienta! Como la madre de Cenicienta estaba muerta, el caballero quería ayudar a su hija querida en la vida con una madre nueva que pudiera enseñar a la niña cómo ser una señorita noble. Entonces él se casó con una mujer distinguida que tenía dos hijas propias.

Si la madrastra en realidad no hubiera sido una maldita y sus hijas tampoco, Cenicienta habría podido ser muy feliz. No, la niña no recibió amor de su madre nueva, solo maltrato. Sus hermanastras tampoco tenían cariño por su hermana nueva. En vez de apreciarla, se burlaban de Cenicientas y le felicitaban cuando ella cometía un error en un baile o no sabía qué cuchillo usar. La única razón por la que Cenicienta seguía con las lecciones y los miembros nuevos de la familia era su padre. No quería lastimarlo. Ella no tuvo mucho tiempo para hacer orgulloso a su padre porque un mes después del matrimonio él murió. Inmediatamente después del funeral del caballero, la madrastra y las hermanastras fueron más malas. Era imposible para Cenicienta creer que alguna vez su padre había querido que ella fuera como la madrastra. Por eso, decidió que no iba a confiar ni obedecer órdenes de hombres nunca más. Si los hombres querían mujeres “nobles” como la madrastra de Cenicienta, ella no quería ser elegante ni portarse como una mujer bien educada.

La meta no requería mucho esfuerzo de Cenicienta. La muerte de su marido había puesto toda la riqueza en las manos de la madrastra. A ella le importaba muchísimo el lujo y la apariencia perfecta. No iba a gastar dinero en la huérfana, que posiblemente era más linda que sus hijas. En vez de cariño y una vida normal, la pobrecita Cenicienta tenía que trabajar en la mansión como esclava. Cuando el vestido de ella estaba bastante sucio y roto la maldita madrastra le daba pantalones a la niña porque no costaban mucho y duraban más que los vestidos para trabajar. Por eso, Cenicienta creció odiando el pensamiento de las mujeres elegantes si todo lo que sabía consistía en el modelo de su madrastra y hermanastras. Y aunque a ella no le gustaba limpiar, el trabajo le daba asco a las hermanastras, y Cenicienta era feliz estresándolas. A la huérfana le gustaba llevar la ropa y vivir la vida casi como un hombre y no parecer frágil y suave como las hermanastras. Ella podía hacer el papel de un hombre e iba a hacerlo para no recibir órdenes de ser elegante y perder tiempo con la preocupación de la belleza.

Con esto en mente, el día en que una invitación importante llegó a la mansión a Cenicienta no le preocupó. La invitación decía que todas las mujeres jóvenes estaban invitadas al gran baile del príncipe para que él pudiera elegir una novia. Solo por un momento ella pensó en los cuentos amorosos del su padre con bailes y príncipes. Se le fue el pensamiento tan rápido como se le ocurrió. Luego Cenicienta miró los preparativos de sus hermanastras y madrastra para el baile con compras caras de vestidos lujosos y joyas impresionantes. El día del gran baile real ella tuvo que limpiar toda la mansión como un castigo de la madrastra para prevenir que Cenicientas no fuera al baile. Ella no sabía que a su hijastra no le importaba el baile. Ellas salieron al baile y dejaron a la mujer sucia y vestida de hombre. A causa del trabajo duro en la mansión, eventualmente Cenicienta se durmió. Los sueños fueron sobre su padre, el caballero guapo y cariñoso, quien había muerto hacia años. De repente Cenicienta se levantó con lágrimas por los sueños y los recuerdos. Decidió que no podía vivir más en la mansión de su niñez en la que los recuerdos de su padre estaban mezclados con la crueldad de la madrastra y las hermanastras. Escaparía por la noche antes de que ellas volvieran del baile.

Afuera, en la oscuridad de la noche, algo imposible ocurrió. Un hada madrina apareció con una luz brillante. Cenicienta estaba asustada por la visión y solo quería irse del lugar, pero el hada no lo permitió. Con voz suave y amable, el Hada Madrina dijo: “¿Adónde vas, al baile del príncipe?” Cenicienta con incredulidad respondió, “¡Claro que no! ¡Voy a irme! Los bailes son para mujeres “elegantes” y desagradables y yo no soy una de estas.” El hada no pareció feliz con la respuesta y continuó, “Mi hija, no piensa así. Cada mujer no es como tu madrastra ni sus hijas. No, hijita, puedes lograr los sueños de tu niñez y los de tu padre y ser una mujer bella y elegante sin ser mala. Debajo tu piel y ropa hay una mujer hermosísima como una princesa. Por favor, ¿me permites ayudarte esta noche?” Posiblemente lo que había dicho el hada era verdad. Su padre había querido elegancia y felicidad para ella. Entonces, acordó con el hada, y con un viento de mágica ella fue transformada. Cenicienta tenía un vestido simple pero refinado, joyas finas y zapatos de seda suave. Aunque parecía tan delicada, ella dio “gracias” al hada y caminó hacia el palacio. A su llegada, Cenicienta tuvo la atención del príncipe. Estaba tímida por las miradas del príncipe y requería todo el esfuerza de ella para bailar con el príncipe. Qué guapo e inteligente era él. A Cenicienta le fascinaba al príncipe con su manera de pensar y hablar. Ella no era la mejor bailarina pero su alma pura fue más importante. Ellos salieron afuera a un balcón. Allí el príncipe pidió la mano de Cenicienta con promesas de amor. El príncipe le dijo que todo iba a ser perfecto en la vida junta, que él estaba cautivado por la belleza de Cenicienta.

De repente ella se enojó. ¡Él es como he temido, como todos hombres – solo preocupados por la belleza y apariencia elegante! pensó ella. Con la tristeza de tener razón sobre el príncipe de quien había pensando de estar enamorada, Cenicienta corrió del baile con lágrimas. En las escaleras perdió uno de los zapatos delicados y suaves. No le importó y siguió. Pobrecito príncipe estaba confundido, y al día siguiente estuvo mal por la preocupación de Cenicienta. Él tenía que encontrar a Cenicienta y casarse para ser feliz. Con el zapato, fue en una expedición con algunos soldados, usando el zapato para ver si alguna mujer era Cenicienta o no. Finalmente, llegó a la mansión de Cenicienta y su “familia.” La madrastra descubrió las intenciones de Cenicienta. El zapato no era de las hermanastras aunque ellas lo intentaron. Afuera del la mansión el príncipe se sintió lastimando. Habló con uno de los soldados diciendo: “Nunca voy a ser feliz sin ella. No era solamente su belleza fantástica sino también sus pensamientos. Me lastimó muchísimo que ella no me amara ni estuviera conmigo.” Escuchó Cenicienta estas palabras y le pusieron feliz a ella porque él la amaba por sí misma, no por la belleza o fue lo que dijo. Con miedo, Cenicienta se presentó a sí misma ante el príncipe. Aunque había tierra en la cara de ella y los pantalones, el príncipe la reconoció inmediatamente. La felicidad de los dos era inexpresable. Cenicienta podía ser ella misma sin miedo y con el amor de su príncipe. Todos los hombres no eran malditos y superficiales. Es lo que este Cenicienta aprendió en el día de casarse con el príncipe.

1 comment:

  1. No me parece muy feminista que termine de todas formas con el "príncipe azul"

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